
La crisis de salud mental se ha vuelto una característica central del siglo XXI, afectando especialmente a niños, adolescentes y jóvenes, conocidos ahora como la “generación ansiosa”.
Aunque antes la soledad y los problemas mentales se asociaban principalmente con personas mayores o adultas, hoy en día es en las generaciones jóvenes donde la incidencia de ansiedad, depresión y otros problemas como adicciones, trastornos alimentarios y autolesiones es más notoria, con hospitalizaciones en aumento y a edades cada vez más tempranas.
El texto cuestiona las explicaciones convencionales, como la presión escolar o la ecoansiedad, y señala que las redes sociales agravan estos problemas pero no los originan.
La clave, según el análisis, es una sociedad que genera vulnerabilidad a través de dos vías principales: la sobreprotección infantil (evitar obstáculos o dificultades y fomentar una autoestima inflada) y la cultura del diagnóstico, donde cualquier malestar se convierte rápidamente en asunto clínico.
Esta cultura ha quitado el estigma a los diagnósticos, haciendo que tanto familias como jóvenes y la sociedad los asuman como explicaciones satisfactorias y hasta deseables.
De esta manera, los problemas generados socialmente se privatizan y se abordan como patologías individuales.
El texto propone que la mejor ayuda psicológica normalice el malestar y lo sitúe en el contexto de las circunstancias de vida, en lugar de centrarse solo en los sentimientos o traumas individuales.
Para prevenir futuras crisis, se requiere revisar la educación sobreprotectora y la tendencia a patologizar experiencias de vida normales, pues la solución no está en multiplicar los profesionales de la salud mental, sino en cambiar las condiciones sociales que hacen a las nuevas generaciones más vulnerables.